Cinema

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El fin de semana recordé lo mucho que me gustaba ir al cine, y no quiero decir que ahora no me guste, solo que todo era diferente.

Mi papá pasaba por nosotros en el vocho verde botella, por mi mamá y mis dos hermanas como a eso de las 6 de la tarde. Emocionados veíamos que mamá ya llevaba en sus piernas una bolsa con tortas de jamón, huevo o guisado (que eran exquisitas) y para pasarse el bocado refrescos y leche. Conocíamos a perfección el camino, así que sin siquiera mencionar el lugar a donde nos dirigíamos bien lo sabíamos.

Una cola de diez o más autos nos esperaban por delante. Mi papá siempre bromeaba con que nos ocultáramos en la parte trasera pues estaba prohibida la entrada a los niños pequeños. Recuerdo que nos cubríamos con una cobija para el frío y al momento de estar en el acceso ni respiraba.

Pagaba la entrada que era no por persona sino por automóvil, pasábamos como veinte topes y al girar veíamos sorprendidos la enorme estructura de la pantalla de cine. Era el autocinema de Lindavista en el DF.

El auto se detenía y los niños corríamos hasta el intento de parque sobre el área verde que estaba debajo de la gigantesca pantalla, tenía algunas resbaladillas, columpio y subi baja. Los carros llegaban y ocupaban sus lugares conforme el tiempo avanzaba. A veces hacía frío pero no me importaba, corría de un lado a otro solo esperando el momento de que la película iniciara.

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Debajo de una estructura de metal pendían las bocinas (cuchonas que a veces se escuchaba muy agudo o muy grave) y un techo protegía el parabrisas de los chubascones que podían caer durante la noche.

La película comenzaba y todos los niños corríamos de regreso a los autos, bajo el calor de las cobijas y la calefacción. Recuerdo haber visto ahí El Submarino Amarillo de los Beatles. Lo genial era que pasaban dos películas, dooooos, y cuando una terminaba había una cafetería o tienda que vendían unas malteadas deliciosísimas enlatadas que siempre quería que me compraran y mamá siempre salía con que “ya les llevo leche” snif.

Muchos años asistimos al autocinema, hasta que ya un poco mayorsín me gustaba sentarme fuera del carro al frente de la defensa para según yo, ver mejor. Je, lo que veía mejor era unas ratas del tamaño de Rottweiller que corrían entre los autos llevándose a los niños con aspiraciones adultas que querían ver la película sin distracciones de los padres. De verdad que recuerdo sus ojos de fuego, redondos como canicas y como jalaban de mi camisa para arrastrarme con ellos hasta sus nidos donde niños como yo colgaban atados de sus patitas y parcialmente devorados ¡brrrrrr! Todavía se me pone la piel chinita no más de acordarme.

Ya de ahí dejamos de asistir al cine, aunque la mayor de las razones era que en la segunda función ya pasaban películas para adultos, que mi padre huía con el vocho dando trompicones mientras yo todavía veía a muchas chicas que enseñaban sus flemitas debido al terrible calor del lugar donde se encontraban.

Recuerdo también que cuando visitábamos a los abuelos en Satélite pasábamos por su autocinema y veíamos un pedacito de la película.

Esas viejas épocas, que bien me la pasaba. Existen rumores que pronto abrirán un nuevo autocinema en Coyoacán (tenía que ser, en la zona “cultural” del país [como si de veras existiera], en lugar de escoger lugares como la playita ¿no? Sería genial), donde ya no existirán lo de las bocinitas, y esto gracias a la nueva tecnología, pues transmitirán el sonido a través de FM para escucharlo en el auto estéreo. Genial.

Además que solo exhibirán películas clásicas y muy buenas. Creo que la primera será El Resplandor, uuuuuuufffff.

Ojala sea todo un éxito y vuelvan a estar de moda.

Salud para todos.

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