Un día comun

Era un día cualquiera. Frustrante, pensó al dirigirse a su acostumbrado trabajo. Ya ahí, cerró la puerta de su laboratorio y cubrió la luz externa con las gruesas cortinas de los enormes ventanales. Tantos estudios, tantas pruebas y sobre todo, esa ilusión de descubrir algo nuevo.


-Vaya, he realizado miles de pruebas y no he encontrado nada digno para recibir el premio nobel. -indicó cansado en su sentir el buen Wherter.

Había realizado pruebas en plantas para volverlas fluorescentes. Árboles artificiales que según había escuchado hablar de ellos en un post dentro de un agradable foro llamado "Fantasía Épica".

Pero ningún resultado le arrojaba algo tangible, simples y vanos datos. Ese día, resuelto a hacerlo diferente, a romper con la dura rutina, había pasado por un café al Starbucks y lo saboreaba con mucha emoción; algo que rompía con las reglas de la universidad.

Sonó el teléfono y contestó, alguien pedía algunos datos de unos resultados obtenidos por una petición del alto mando.

Colgó y giró para tomar su café, pero su brazo golpeó el vaso. Al caer, tocó un botellón de gran tamaño y giró golpeando más cosas y éstas a su vez golpearon a más artífices variados que descansaban sobre la mesa, cual efecto domino.

Intentó sujetar los objetos pero al recargarse sobre la mesa, se le vino encima. Swuashhhhh, se escuchó.

Se levantó un poco mareado y batido en cientos, o tal vez miles de diferentes líquidos, algunos espesos, otros ligeros, con diferentes aromas, unos apestosos y otros aromatizantes.

-Puaghhh, mira lo que he hecho, todo por un buen café.

Se quitó su bata de laboratorista y recogió el tiradero.

El día continuó y al final, algo cansado y mareado, partió rumbo a su casa.

Caminó, tal y como lo hacía desde hace más de diez años. Escuchó los gritos de auxilio de una mujer.

Temeroso, observó en una calleja estrecha y oscura como dos sujetos amagaban a una bella jovencilla.

De dónde brotó el valor, nunca lo supo pero se adelantó hacia los delincuentes y frente a ellos gritó:

-Yo soy Wherter y no permitiré que le hagan daño a esa bella mujer.

Los hombres, riendo a carcajadas lo rodearon. Uno se detuvo frente a él mostrando un gran cuchillo, y el otro se detuvo a su espalda, con pistola en mano.

La mujer lloriqueaba y el miedo no le permitía correr.

Wherter estiró el brazo para empujar al delincuente del cuchillo, el cual, salió disparado con tanta fuerza que se perdió al fondo del callejón.

El otro disparó, la luz que arrojó el arma iluminó el rostro de la mujer pero Wherter giró y golpeó de lleno la cara del criminal, quien voló de igual forma como el primero.

-Parece ser que falló -indicó mientras sostenía a la mujer para llevársela de ahí-. No se preocupe, usted está a salvo.

Caminaron hacia la avenida y al salir a la luz de los faroles, un brillo metálico destelló en su espalda. La bala sí había atinado, solo que algo en su cuerpo y en su mente había cambiado.

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