¿Normal?

 

Durante mi niñez aprendí la lección más difícil, el que no siempre las cosas que tú crees normales lo son. Yo no fui parte del común denominador de la religión de los mexicanos. No. No fui católico apostólico romano. Nací en el corazón de una familia que no practicaba esa religión, sino una iniciada en los Estados Unidos, y mejor omito el nombre para evitar entrar en detalles.

Para mí era normal. Era como respirar, comer y jugar. Así me criaron: asistir tres veces por semana a la congregación para escuchar palabras de alguien que se paraba al frente, y que si cuchicheaba con mi hermana quien siempre se sentaba a mi lado recibías un pellizco en la pierna o el brazo por parte de mi mamá. Era normal que me vistieran formal para asistir a estas reuniones, que le dieras grasa a tus zapatos, que te perfumaras, que te peinaras. Era normal un miércoles en la tarde, a esa hora que comenzaban las caricaturas de La Pantera Rosa, recibieras regaños porque no te despegabas de la TV ya que era hora de partir a recibir clases de la biblia.

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Martes y miércoles por la tarde noche y domingos en la mañana. En este ultimo día era levantarnos muy temprano para arreglarnos y asistir. Aprendí a hacerme el nudo de la corbata desde muy temprana edad y me acostumbre a usarla sin que me molestara. Terminaba la sesión y mis padres siempre se quedaban saludando a todo el mundo, y a eso de las 11 am se quedaba un pequeño grupo que se organizaba para dar el mensaje del Señor de casa en casa. Qué miedo. Eso sí me daba pánico, y peor cuando no me tocaba con alguno de mis papás sino con otra persona. Tocábamos en las casas y el compañero me decía “Te va. Tu turno.” Y se me caían los calzones de solo pensar. Recuerdo que rogaba que nadie saliera, que no salgan de la casa, y tómala barbón, abrían la puerta. Me tocaba de todo: señores, señoras, ancianitas, jóvenes, de todo. La mayoría creo que por verme pequeño me escuchaban, pero terminaba y vámonos. La verdad es que repetía la misma frase o combinación de palabras una y otra vez, como un robot, ni siquiera lo procesaba.

Era muy raro que el domingo regresáramos a casa temprano. Normalmente alguien nos invitaba a una comida, o una cena, o a una fiesta. Siempre estábamos fuera. Al poco tiempo mi papá era el pastor de la congregación que asistíamos, así que sus responsabilidades crecieron y con ellas nosotros nos vimos más inmersos en sus visitas a otras congregaciones, a otras familias, a estudios bíblicos, de todo lo relacionado a la religión.

Era normal no celebrar los cumpleaños, ni el día de la madre ni el padre. No había navidades ni años nuevos. ¿Cómo dicen? Ojos que no ven corazón que no entiende. Para mí todo era normal hasta el día que por azares del destino mi hermana y yo nos quedamos en la casa de los abuelos el día de noche buena, y entonces vimos, y aun así no entendimos. ¿Qué podía ser tan malo para no celebrar en familia con una gran cena deliciosa y muchos regalos? ¿Dónde estaba el diablo metido, bajo la mesa, entre las sillas? En el árbol de Navidad, decía mi padre, en las luces que parpadean, en el ambiente navideño. ¿Por qué? Entendí que las festividades eran paganas, dirigidas al dios Sol, que no tenía nada que ver con Cristo ni el Señor. ¿Y eso qué? Yo veía que lo hacían no para adorar a nadie, sino para divertirse.

Era normal que cuando algo malo hacía mi papá se sentara frente a mí con una biblia en su mano. Me recitaba un par de textos y me preguntaba por qué lo había hecho.

Poco a poco y al crecer me di cuenta que lo que hacía no era normal. No. Vivía en un mundo que no era normal. Era un frikie que había leído, a la edad de 12 años, más de tres veces la biblia, y que podía citar textos y pasajes memorizados mejor que un adulto. Qué duro es saber que todo lo que parecía normal no lo era.

PD: las religiones y sus enseñanzas son buenas, el problema es de quién las practica, cuando les gana el fanatismo y deja de ser algo racional.

Salud para todos.

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