Qué Calor

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Qué calor. La ciudad agoniza lentamente bajo los aplastantes rayos solares. Esa agonía me oprime el pecho y aún cansado desciendo las largas y oscuras escaleras de la entrada al transporte subterráneo.

En pocos segundos mi mirada se aclara y distingo el caudal de personas que entran y salen como si el tiempo se acabara. Tantos y tantas cual hormiguero azuzado por la vara de un travieso niño.

El viento agitado por los vagones del tren golpea mi rostro percibiendo tristemente el olor de las llantas y los frenos, y la calidez del aire enviciado por falta de ventilas.

Resignado camino por uno de los accesos hacia el andén que me conduce a casa. Allá adelante veo a Pedro, de gorra negra y morral a la espalda, compañero de trabajo por bastantes años que ahora considero mi amigo. Intento gritarle pero me distrae un ventilador que arroja aire fresco a chapuzones y me detengo por un momento para disfrutar de esta agradable sensación.

El dolor de mi pecho se incrementa y me obliga a ponerme de rodillas. Veo la casa de los abuelos rodeada por un bello jardín cubierto por la sombra de un árbol frondoso y copa alta. Mi mirada regresa a Pedro, le grito que cuide a mi familia pero estoy seguro que solo lo imagine.

La penumbra nubla mi mirada y percibo lo frío del suelo. No pienso levantarme. Qué calor.

Autor: su servilleta.

Salud para todos.

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