Ahuízotl.

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Capitulo I Parte II

EL RECUERDO DE UN SOLDADO

 

Al día siguiente partieron, después de recorrer cinco kilómetros diez jinetes se aproximaron al general y su teniente, quienes encabezaban al pequeño batallón. Hugo sonrió al ver que se trataba de su querido amigo, aquel que peleó tantas veces a su lado salvándose la vida mutuamente en incontadas ocasiones.

—¡General! El treceavo batallón le envía saludos, seiscientos hombres lo esperan a diez kilómetros de aquí, listos para seguir sus órdenes. —mencionó el jinete de mayor rango.

—Gracias Cabo, imagino que su viaje ha sido agotador y me atrevo a pensar que han sufrido ataques durante el trayecto.

—Nada de importancia general, no hemos perdido a un solo hombre.

—Perfecto ¡Avancemos!

Continuaron con el trayecto y el jinete que había notificado al general cabalgó a un lado de Hugo.

—Me da gusto verte otra vez Pedro. —indicó el teniente.

El cabo saludó al estilo militar y después sonrió.

—Igualmente teniente, nos enteramos de su batalla contra un puñado de yanquis y apretamos el paso para alcanzarlos antes de que llegaran al poblado de Refugio.

—¿Cómo esta la familia? No he visto a tu hijo desde su segundo cumpleaños.

La sonrisa desapareció en su rostro, sus ojos negros y grandes mostraron melancolía en su mirada, era de la misma edad del teniente y carecía de uniforme militar, siempre se había destacado como un explorador innato y ningún superior le reclamaba que lo portara. Su tez morena contrastaba con la piel pálida de su amigo, su barba negra y tupida cubría casi la totalidad de su rostro y portaba un enorme sombrero de paja que protegía ambos hombros y su cabeza del sol. Vestido con un jorongo de tonos grises, camisa y pantalón de manta, con una cinta de piel que colgaba de su hombro izquierdo para terminar en su lado derecho a la altura de la cintura repleta de cartuchos de su fusil y un par de sandalias de cuero, daba la impresión de ser un autentico mexicano.

—Espero que se encuentren bien —contestó después de un breve momento de silencio—, mi esposa, Jacinta, estaba en cama cuando la deje, se sentía un poco mal. Ahuízotl cumplirá ocho años de edad y al verlo me recuerda mucho a mí, es un buen chico.

—No entiendo porque estas aquí, tienes una hermosa familia y un pedazo de tierra para trabajarlo. —indicó Hugo al ver su melancolía.

—Lo sé, son tiempos difíciles y el dinero no alcanza, necesito de una buena cantidad para comprar las semillas, la única forma de adquirirlo es con la poca paga que recibimos como soldados, pero de esto a nada…

—Te dije que cuando necesitaras me pidieras, ya en su momento lo pagarías, eres un hombre de palabra.

—Con mi palabra no podría pagarte, es mejor así Hugo.

—El honor y la dignidad ante todo, por eso eres mi amigo Pedro Sánchez, pero una vez que terminemos con la milicia iré a Jarra de las Huertas para establecerme, y juntos cosecharemos lo mejor de esas tierras.

Ambos hombres sonrieron y el cabo Pedro le solicitó a uno de sus soldados que notificara el avance del batallón del general José Urrea, en poco tiempo se reunirían con seiscientos hombres más.

El 12 de Marzo, el general contaba bajo su mando a cerca de mil quinientos soldados y antes de que se acercaran al poblado de Refugio, un explorador se detuvo frente a él.

—¡General! Saben que nos acercamos y nos esperan del otro lado de esa colina alta ­—señaló una colina que se elevaba en una pronunciada pendiente a unos dos kilómetros de ellos—. Son más de ciento veinte soldados pertenecientes al batallón del coronel William Ward, se le ha unido una fuerza de rebeldes tejanos comandado por Butler King.

El general levantó su brazo y su ejército detuvo su avance.

—¡Prepárense! Esperan nuestra llegada y no queremos que se desesperen, envíen doscientos fusileros y doscientos dragones, después de diez minutos otra carga similar llegara a apoyarlos. —gritó.

El teniente Hugo encabezó el primer ataque y tal como había indicado el explorador, al alcanzar la cima de la colina una lluvia de plomo los obligó a recostarse sobre el césped.

Ordenó que cincuenta fusileros permanecieran recostados y desde el borde de la cima contestaran al fuego enemigo, mientras su caballería entraba por ambos flanco rodeando la colina.

Cuando la caballería alcanzó ambos flancos, la defensa de los yanquis se vio obligada a dividirse y Hugo aprovechó el momento, se levantó y desenfundó su sable, indicando a su infantería a avanzar colina abajo, el cabo Pedro corría a su lado mientras disparaba de su fusil. En pocos minutos alcanzaron los puestos de defensa, la caballería obligó a los yanquis a reunirse en un solo punto, el lugar a donde la infantería atacaba con furia pero al conocer la llegada del ejército mexicano, habían levantado pequeñas trincheras y fortificaciones de piedra para evitar que los alcanzaran fácilmente. La segunda oleada de ataque entró a las espaldas del teniente, en poco tiempo sus enemigos tapizaban la hierba suave con sus cuerpos ensangrentados.

Pedro presentaba una línea de sangre sobre el hombro izquierdo y Hugo caminó hacia él.

—Deberías atenderte. —mencionó.

—No es nada importante, un explorador me ha informado que a unos días de distancia se encuentra el poblado de Goliad con una fuerza numerosa de yanquis, no como lo que hemos encontrado hasta el momento.

—Entonces no debemos detenernos, necesitamos adelantarnos por si tienen planeado huir de ese lugar.

El general ordenó continuar, descansarían en las noches y avanzarían durante el día, deseaba llegar a Goliad lo más pronto posible. Antes de abandonar las cercanías de Refugio, cuatro pequeños grupos de yanquis los recibieron con balas de sus fusiles y tuvieron que atrasar el viaje ya que no los podían atacar abiertamente, se ocultaban entre los troncos de un grupo de árboles.

Después de acabar con ellos, avanzaron a buen paso pues la reserva de alimentos se estaba agotando, era muy difícil alimentar a más de mil quinientos soldados.

El general Urrea llamó a su teniente para observar la situación.

—No hemos recibido noticias de Santa Anna ni de su ejército de operaciones, es difícil que hayan sido derrotados.

—No creo general, nuestros exploradores ya habrían notado un gran ejército, lo suficientemente grande para derrotar al ejército de operaciones y sería muy difícil pasar desapercibido.

—Al llegar a Goliad tendremos que atacar sin cuartel, los soldados se ven hambrientos y molestos. —observó los rostros de los soldados que apenas podían permanecer de pie a causa del hambre.

Diez días después habían alcanzado al pueblo de Goliad, pero para su sorpresa no encontraron ninguna resistencia ni señal alguna de sus enemigos. Un explorador le indicó al general que un grupo numeroso de yanquis huían por la parte norte, cerca de cuatrocientos hombres.

—¡Teniente! —gritó.

Hugo se acercó a él y lo escuchó conociendo lo que le iba a solicitar.

—Llévate ochocientos hombres y si se rinden, tráelos de regreso a este pueblo.

—Sí señor.

Hugo partió seguido de ochenta jinetes de caballería y setecientos sesenta soldados de infantería, pero tuvo que dividir sus fuerzas al recibir la visita de su amigo, quien se acercó con su caballo agitado por el esfuerzo.

—Son cuatrocientos soldados teniente, llevan nueve cañones de diferentes calibres, tenemos que alcanzarlos antes de que lleguen a un bosque en las tierras de Coleto, si entran, será imposible hacerles frente porque nos atacaran tanto con fusil como con los cañones.

El teniente cabalgó a paso veloz con sus ochenta dragones mientras la fuerza de doscientos sesenta soldados corría por detrás de ellos, los quinientos restantes los alcanzarían y serviría para reforzarlos.

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