El poderoso

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Di con un viajero de una tierra antigua que dijo:

Hay dos piernas enormes, de piedra y sin tronco erguidas en el desierto… Cerca de ellas, en la arena, medio hundido, yace un rostro destrozado cuyo ceño y labio fruncido, y frío gesto de mando; dicen que su escultor bien registró esas pasiones que aún perduran, grabadas en esas cosas sin vida: la mano que las copió y el corazón que les dio alimento.

Y en el pedestal se leen estas palabras:

“Mi nombre es Ozymandías, rey de reyes, ¡Mira mis obras, tú poderoso, y desespera!”

Nada más hay a lado. En torno a la decadencia de aquel colosal naufragio, desnudas e infinitas las solitarias y llanas arenas se extienden en la distancia.

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